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DIENTES DE LECHE

Luis Felipe Comendador

 

Colección Krámpack, 6.

Prólogos de Antonio Orihuela y Miguel Aguilar

ISBN: 978-84-936877-8-6

136 páginas.

11 cm x 11 cm

 

 

7,00 €
Impuestos incluidos
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La lírica actual, despojada de cualquier solemnidad, puede atender a las circunstancias concretas del individuo sin convertirse en un asunto superficial o en un ejercicio de narcisismo endogámico. En el poemario Dientes de leche, Luis Felipe Comendador, con declarada melancolía, consigna un muestrario de reflexiones que perfilan el paréntesis cronológico de la madurez, esa etapa donde el inicio del declive físico coincide con la pérdida de una razón de vida. En el primer poema, “Elegía” el protagonista principal reclama una pasión, ese equivalente de la utopía como fuerza vital del humanismo: “Yo pido una pasión cada mañana,/ una pasión pequeña/ e imposible/ que me permita arder/ por si este día/ fuera el de mi final;/ y así no irme de aquí/ con esa sensación/ de lo ya hecho/ que agota y desespera.” 

   Pero la asimetría entre los sueños de forjar un destino justificado y el devenir diario persiste; el contacto directo con la decepción invita a formular preguntas a un presente que es trasunto fiel de la fugacidad; somos humo que sube mansamente hacia un cielo lejano. Y ese destino estéril comienza por el propio cuerpo que apenas responde a una caótica enumeración de estímulos, que está condenado a morir despacio para cumplir el rito de cualquier anatomía agotada.

   Una y otra vez, en su exilio interior, el sujeto poemático abre los ojos para preguntarse qué es la vida, no como abstracción sino como devenir temporal que acumula gestos, actitudes e indicios de una identidad que precisa un aval nítido para salir ilesa del desánimo: “Soy hombre y dejo un rastro de carne hecha,/ un aliento acre/ y el polen impreciso que brota desde el fuego./ Soy hombre porque aprendí a apretar la mano/ y sé que hay un omóplato haciendo orografía de mi espalda./ Soy hombre porque aprendí a decir adiós/ para volver al círculo con un leve zarpazo,/ porque superé un luto y me sentí vencido una noche de sombras”.

   El libro se convierte en un espacio de sinceridad moral; los poemas abordan variantes de ánimo pero siempre prevalece la voz sombría, el sobrepeso de decepción ante la usura del tiempo, definida y exacta.

  Dientes de leche también en lo formal difiere con anteriores entregas de Luis Felipe Comendador. Frente al empleo habitual del heptasílabo que marca una cadencia ágil y fluida, espontánea y oral, con poemas breves, resueltos con un verso final que da las claves, predomina ahora la composición larga, formada por versos de arte mayor; el tono discursivo y fragmentario se logra a través de versículos que ralentizan el poema y actúan como frases y fragmentos de una enumeración caótica y digresiva.

  En la práctica literaria del escritor salmantino Dientes de leche abre un registro nuevo. Sus composiciones plantean una poesía dialéctica sobre los estadios de la intimidad que abandona la ironía y la humorada condescendiente para optar por la introspección. Por ella el personaje verbal descubre que la realidad no está fuera sino dentro y proyecta sobre el presente una luz reveladora. Se acabó el tiempo de los sueños; ahora sólo nos cobija la intemperie.

 

José Luis Morante

 

 

 

 

En 2015 me lo preguntó Roberto Alberto y hoy han vuelto preguntármelo... ¿Qué es lo que no has hecho, Felipe?.. Pues bien, retomaré la respuesta que le escribí a Roberto en su día:

 

Empecé siendo un zorolo de La Cruzada de la Bondad y del Domund con hucha de chinito (cosa bastante salesiana), por lo que aprendí pronto a pedir con la idea de dar… hice teatro infantil, con tan poco éxito, que mis profesores me pidieron que no me presentase voluntario nunca más a tales asuntos, gané durante dos años consecutivos el premio científico al bachillerato en el instituto bejarano por un trabajo grande y absurdo sobre el origen de la vida (un curro que me llevó muchos meses y con el que aprendí más que en clase), escribí como estudiante para ‘El Torreón’ y para la revista deportiva ‘Antorcha’, formé parte de ‘Colectivo Contubernio’ como fotógrafo, fui presidente del Colectivo Bejarano de Fotografía, pivot y poste alto del Club Baloncesto Béjar durante muchos años, pivot cabrón del ADUS en dos temporadas, concejal de deportes, concejal de urbanismo, concejal dimisionario, miembro de la Mesa Hispano/lusa que construyó la IP5, estudiante mediocre de Biológicas, de Psicología, de Farmacia, de Biblioteconomía… bebí como un loco en el 74 y no volví a beber jamás después de una kurda que casi me llevó al suicidio, fui cuchara de palo de la tuna del San Bartolomé, colaboré en prensa a casi todos los niveles (mi orgullo mayor es haber escrito en Ajoblanco hasta que desapareció), fui premiado varias veces por mi obra escrita y por mi obra editorial, fui editor y director de un periódico pequeñito. Fui editor y director de cuatro colecciones de poesía con más 270 títulos, presidí el MPDL en Castilla y León, coordiné montones de actividades culturales en ámbitos diversos, fui jurado de bastantes premios literarios, viajé con Sabonis y Tikonenko en el coche del primero para hacer el trayecto Béjar-Valladolid, estaba con Pepe Hierro cuando le comunicaron que había sido acreedor del Premio Cervantes… tome vinos con Ángel González y con Claudio Rodríguez, fui nombrado Patrono de Honor de una fundación que ha desaparecido por la crisis, viajé a Tanzania para montar escuelas en Mangola Chini, fui vendedor de ropa infantil y tuve una tienda de puericultura, impartí un curso de Photoshop y QuarkXpress para el INEM, hice imágenes corporativas que aún representan magros negocios y que no me generaron más que cabreo, fui impresor (casi sigo siéndolo), mercadillero, cabo primero de la PM, detenido en Ribadesella después de un concierto de Raimon, bolidigitógrafo (me lo inventé yo), estampador, dibujero, embargado y desembargado por la SS y Hacienda, hice muestrarios textiles para fabricantes de telas, diseñé packaging’s para jamoneros, libros para editorial buenas y malas, vendí libros de segunda mano, revistas viejas, cromos, fui presidente de AMPA, quemé mis dibujos y luego hice otros nuevos, expuse pintura y fotografía, viajé a donde pude y como pude, tuve hijos, me manifesté solo y acompañado, inventé una pequeña desalinizadora de agua que no sirvió para nada, comí jamón del bueno y del malo, walli-rosty y plátanos enanos rojos en Tanzania… corrí detrás de un par de jirafas en los caminos polvorientos de Karatu, fui extra en ‘El caballero de la Cruz Verde’ de John Finch, leí como un cosaco todo lo que me apeteció leer, hice público que no me gustaba El Quijote (y me dieron leña), comí huevos fritos en un prostíbulo africano, hice mis necesidades en una letrina vietnamita, tome nota de casi todo (la sigo tomando), milité y dejé de militar, canté en público, hice letras de canciones que aún no me suenan mal cuando las escucho cantadas por JM, dibujé en Cajamarca, en Lima, en Trujillo, en Paracas, en Pacasmayo, en Huanchaco… leí mis poemas a quien se acercó a escucharlos, tengo libro editado por Visor, casi gano el Premio Nacional de Poesía (se lo llevó Julia Uceda), tengo amigos grandes y pequeños, sé que hay quien no puede verme (es la vida), repartí panfletos antifranquistas en el 74, tengo cistitis crónica y me suelo quedar dobladino de riñones con frecuencia, sé que todo es posible si te empeñas, tuve un halcón y se me murió, hice un herbario de más de dos mil ejemplares y desapareció, he visto varias veces los ojos de la muerte (y me dio frío), he hecho algunos trabajos de negro literario, fui lector editorial, paseo solo mejor que acompañado…

Lee aquí un fragmento del libro.